Hoy
quiero insistir en la realidad actual rememorando la desaparición del mayor
imperio que vieron los siglos: “La Caída
del Imperio Romano”
Delante de mí se mueve la idea de todo
conocimiento histórico, que no solamente sirve para relatar el hecho humano; si
no que la posterioridad ha de conocerlo para no estar condenados a repetirle.
Por eso tengo mis dudas, dado el momento que
vivimos, puede ser que no hayamos aprendido la lección de la
“Caída del Imperio Romano”.
Recordemos que Roma y el Imperio que se formó
al amparo de dicha ciudad fue estandarte de grandeza y poder. Sus dominios se extendían por todo el mudo conocido junto al Mediterráneo. Sus legiones
sostenían todos aquellos dominios.
Años después, visitó Roma el sabio Gibbón. Sentado en medio de las
ruinas del Capitolio, oía el monótono canto del oficio divino en la iglesia de
“Ara Celi”, antes templo
suntuoso de Júpiter, y conmovida su
alma ante la presencia de aquel contraste singular, concibió la idea de
escribir una obra sobre la decadencia y ruina del Imperio Romano de cuya
religión estaba enamorado y cuyas costumbres y grandeza herían su corazón.
Una cosa parecida a los tiempos de
“Crisis”. Estamos viviendo en el mundo
europeo occidental después de dos decenios de progreso y magnificencia
económica.
El día que tocaba la lección de la Caída de
Roma, no estuvimos en clase. Y si no fue así, seguro que estuvimos
completamente distraídos con lo que nos proporcionaban los Euros en el bolsillo
para gastar de inmediato.
La obra de aquel sabio fue plagiada por con
frecuencia por espíritus ligeros,
enemigos de lo
que dicta la prudencia y de la filosofía de
la vida real que es fruto del trabajo y
del ahorro.
No hace mucho oí a un conocido de 85 años,
hacer este comentario: “Crisis, Crisis,... Esta no es ninguna crisis. ¡Crisis la que
pasamos nosotros en nuestra juventud!
La obesidad no existía. Estábamos todos más finos que la radiografía de
una vara de roble”
Es posible que nuestra vanidad haya sido creernos moradores de la Roma
Imperial, viviendo como césares cumpliendo la ley de “Pan y Circo” a diario, pensando que su duración sería eterna.
Dentro de tanta opulencia crecían los males
causantes de su destrucción. Solo hay que esperar el momento propicio para ver
su ruina.
Roma
nos enseñó que la corrupción de costumbres en su sociedad, con nuevas ideas como las de una nueva religión (la cristiana). El empuje de unos pueblos
bárbaros que pasaron de ser aliados a enemigos. Deslumbrados por el nivel de
vida de los romanos,… rompían la unidad de los lazos sociales en la Roma del
siglo 4º d. de C. al tiempo que se consumía en equilibrios pactando con sus
invasores.
Mientras en la alta sociedad había sediciones,
motines, abusos y desfalcos que proporcionasen riquezas
a los avaros de bienes par sí, como tenemos en la actualidad; de los que un día habla la prensa y otro
también.
Todo
aquello que perjudicaba a Roma y a su decadencia se culpaba a los cristianos.
¡Cómo
si tan fácil fuera echar balones fuera!
San
Agustín dará buena cuenta de este error en su libro “La Ciudad de Dios”.
Por eso Silvano exclamaba indignado: “¡El pueblo muere y se ríe!”. Y
encarándose con los fieles cristianos de Tréveris, que pedían en la calle
nuevos circos, como remedio a la soledad y el espanto en que se hallaban por
las noticias de las amenazas de los nuevos pueblos, nuevas ideas. –“Los bárbaros de antaño”-. Les decía desde el púlpito público: “¡Infelices!
¿Dónde querréis que se celebren los juegos? ¿Entre las cenizas de vuestros
conciudadanos?”
La mayoría, de los que proceden de una época
de bonanza, lloran por no poder vivir
como hasta ese momento.
Los romanos se acordaban del gran número de
esclavos a los cuales maltrataban y obligaban a trabajar para sí. Sin darse
cuenta que eran el sustento de aquella sociedad libre y libertina de patricios,
senadores, libertos de banquetes y tertulia.
Se salvan de esta quema los llamados extraños
(los bárbaros). -.Acostumbrados
a ser errantes.
.
Organizados ante el peligro. Con guías estrategas de primera fila. De jóvenes
valientes y esforzados por no tener otro remedio. Todos ellos, con deseos de
tener patria y hogar del que siempre carecieron (“¡Así son los pobres de
siempre!”): temibles como los godos por
su número, animados por no tener nada que perder ante los cambios
económicos y sociales. Ellos no han tenido nada. ¡Eh aquí su problema y su alimento!
También se salvan los raros. Aquellos que se dedicaron desde niños a prepararse, mediante el estudio y el aprendizaje para hacer frente
a cualquier circunstancia.
El misterio de la historia nos enseña que nos
movemos por ciclos. A veces ciclos inexplicables hasta para los sabios filósofos.
En una palabra; “la Europa del Euro”
desapareció como lo hizo la “Roma omnipotente”.
Porque tenían contados sus días. La sociedad es humana y por lo tanto no es eterna.
Nos acordaremos de lo que pudimos hacer y no
hicimos en época de bonanza. Del piso, del
coche,… comprados lejos de nuestras
posibilidades. No olvidaremos el gastar el dinero sin motivo, pensando que la fuente siempre manaría.
Marchan, avanzan, (dice Balmes). Pero no saben dónde van. Aparecerá algún Alarico, Atila o Genserico para terminar de
rematar la faena del descalabro.
La sociedad volverá sus ojos a obras de
misericordia, que solventen las necesidades más importantes. Serán valoradas las personas que se
entregan a acciones benéficas sin pedir jornal. Florecerá la vida religiosa y
sacerdotal que con la crisis económica finalizó su calvario y no ser tenida en
cuenta. Parece que la riqueza estuviera reñida con lo divino y espiritual.
A. de la F. M. (13-5-2013)
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