jueves, 16 de mayo de 2013

LA CAÍDA DE ROMA


Hoy quiero insistir en la realidad actual rememorando la desaparición del mayor imperio que vieron los siglos: “La Caída del Imperio Romano”
 Delante de mí se mueve la idea de todo conocimiento histórico, que no solamente sirve para relatar el hecho humano; si no que la posterioridad ha de conocerlo para no estar condenados a repetirle.
 Por eso tengo mis dudas, dado el momento que vivimos, puede ser que no hayamos aprendido la lección de la “Caída del Imperio Romano”.
 Recordemos que Roma y el Imperio que se formó al amparo de dicha ciudad fue estandarte de grandeza y poder. Sus dominios  se extendían por todo el mudo conocido  junto al Mediterráneo. Sus legiones sostenían todos aquellos dominios.
 Años después, visitó Roma el sabio Gibbón. Sentado en medio de las ruinas del Capitolio, oía el monótono canto del oficio divino en la iglesia de “Ara Celi”,  antes templo suntuoso de  Júpiter, y conmovida su alma ante la presencia de aquel contraste singular, concibió la idea de escribir una obra sobre la decadencia y ruina del Imperio Romano de cuya religión estaba enamorado y cuyas costumbres y grandeza herían su corazón.
 Una cosa parecida a los tiempos de “Crisis”.  Estamos viviendo en el mundo europeo occidental después de dos decenios de progreso y magnificencia económica.
 El día que tocaba la lección de la Caída de Roma, no estuvimos en clase. Y si no fue así, seguro que estuvimos completamente distraídos con lo que nos proporcionaban los Euros en el bolsillo para gastar de inmediato.
 La obra de aquel sabio fue plagiada por con frecuencia por espíritus ligeros,  enemigos de lo
 que dicta la prudencia y de la filosofía de la vida  real que es fruto del trabajo y del ahorro.
  No hace mucho oí a un conocido de 85 años, hacer este comentario: “Crisis, Crisis,...  Esta no es ninguna crisis. ¡Crisis la que pasamos nosotros en nuestra juventud!   La obesidad no existía. Estábamos todos más finos que la radiografía de una vara de roble”
 Es posible que nuestra vanidad  haya sido creernos moradores de la Roma Imperial, viviendo como césares cumpliendo la ley de “Pan y Circo” a diario, pensando que su duración sería eterna.
 Dentro de tanta opulencia crecían los males causantes de su destrucción. Solo hay que esperar el momento propicio para ver su ruina.
Roma nos enseñó que la corrupción de costumbres en su sociedad, con nuevas  ideas como las  de una nueva religión (la cristiana). El empuje de unos pueblos bárbaros que pasaron de ser aliados a enemigos. Deslumbrados por el nivel de vida de los romanos,… rompían la unidad de los lazos sociales en la Roma del siglo 4º d. de C. al tiempo que se consumía en equilibrios pactando con sus invasores.
 Mientras en la alta sociedad había sediciones, motines, abusos y desfalcos que proporcionasen riquezas
 a los avaros de bienes par sí, como tenemos en la actualidad;  de los que un día habla la prensa y otro también.     
Todo aquello que perjudicaba a Roma y a su decadencia se culpaba a los cristianos.
¡Cómo si tan fácil fuera echar balones fuera!
San Agustín dará buena cuenta de este error en su libro “La Ciudad de Dios”.
 Por eso Silvano exclamaba  indignado: “¡El pueblo muere y se ríe!”. Y encarándose con los fieles cristianos de Tréveris, que pedían en la calle nuevos circos, como remedio a la soledad y el espanto en que se hallaban por las noticias de las amenazas de los nuevos pueblos, nuevas ideas. –“Los bárbaros de antaño”-. Les decía desde el púlpito público: “¡Infelices! ¿Dónde querréis que se celebren los juegos? ¿Entre las cenizas de vuestros conciudadanos?”
 La mayoría, de los que proceden de una época de bonanza,  lloran por no poder vivir como hasta ese momento.
 Los romanos se acordaban del gran número de esclavos a los cuales maltrataban y obligaban a trabajar para sí. Sin darse cuenta que eran el sustento de aquella sociedad libre y libertina de patricios, senadores, libertos de banquetes y tertulia.
 Se salvan de esta quema los llamados extraños (los bárbaros). -.Acostumbrados  a ser errantes.
. Organizados ante el peligro. Con guías estrategas de primera fila. De jóvenes valientes y esforzados por no tener otro remedio. Todos ellos, con deseos de tener patria y hogar del que siempre carecieron (“¡Así son los pobres de siempre!”): temibles  como los godos por su número, animados por no tener nada que perder ante los cambios económicos y sociales. Ellos no han tenido nada.  ¡Eh aquí su problema y su alimento!
 También se salvan los raros. Aquellos  que se dedicaron desde niños a prepararse, mediante el estudio y el aprendizaje para hacer frente a cualquier circunstancia.
 El misterio de la historia nos enseña que nos movemos por ciclos. A veces ciclos inexplicables  hasta para los sabios filósofos.
 En una palabra; “la Europa del Euro” desapareció como lo hizo la “Roma omnipotente”. Porque tenían contados sus días. La sociedad es humana y por lo tanto  no es eterna.
 Nos acordaremos de lo que pudimos hacer y no hicimos en época de bonanza. Del piso, del coche,…  comprados lejos de nuestras posibilidades. No olvidaremos el gastar el dinero sin motivo, pensando que la fuente siempre manaría.
 Marchan, avanzan, (dice Balmes). Pero no saben dónde van. Aparecerá algún  Alarico, Atila o Genserico para terminar de rematar la faena del descalabro.
 La sociedad volverá sus ojos a obras de misericordia, que solventen las necesidades más importantes.       Serán valoradas las personas que se entregan a acciones benéficas sin pedir jornal. Florecerá la vida religiosa y sacerdotal que con la crisis económica finalizó su calvario y no ser tenida en cuenta. Parece que la riqueza estuviera reñida con lo divino y espiritual.
A. de la F. M. (13-5-2013)

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